Creditos: BBC Mundo
Fue después de un mes de trabajar en la Zona Cero que Elizabeth Cascio desarrolló una tos que no se le quitaba con nada. Poco después, comenzó a sufrir problemas de sinusitis y dolores de cabeza.
“Todos sabíamos que la calidad del aire no era segura; era muy tóxica en términos de cómo se sentía”, dice Cascio, extécnica médica de emergencia del Departamento de Bomberos de Nueva York (FDNY, por sus siglas en inglés).
Ella fue una de los miles de socorristas que acudieron al sitio en ruinas de las Torres Gemelas en el World Trade Center, en la ciudad de Nueva York, después de los atentados del 11 de septiembre.
“Al principio, cuando bajé del autobús y llegué al Trade Center, sentí que tenía que contener la respiración. Pero solo se puede contener la respiración durante un tiempo determinado. Podía sentir las partículas entrando en mi nariz y boca y pensé: ‘Esto no puede ser bueno'”.
Cascio finalmente pasaría casi dos meses buscando restos humanos en lo que se conoció entre socorristas como “La Pila”. En un principio, Cascio había estado allí para establecer un centro de triaje, suponiendo que habría más sobrervivientes.

Fue después de un mes de trabajar en la Zona Cero que Elizabeth Cascio desarrolló una tos que no se le quitaba con nada. Poco después, comenzó a sufrir problemas de sinusitis y dolores de cabeza.
“Todos sabíamos que la calidad del aire no era segura; era muy tóxica en términos de cómo se sentía”, dice Cascio, extécnica médica de emergencia del Departamento de Bomberos de Nueva York (FDNY, por sus siglas en inglés).
Ella fue una de los miles de socorristas que acudieron al sitio en ruinas de las Torres Gemelas en el World Trade Center, en la ciudad de Nueva York, después de los atentados del 11 de septiembre.
“Al principio, cuando bajé del autobús y llegué al Trade Center, sentí que tenía que contener la respiración. Pero solo se puede contener la respiración durante un tiempo determinado. Podía sentir las partículas entrando en mi nariz y boca y pensé: ‘Esto no puede ser bueno'”.
Cascio finalmente pasaría casi dos meses buscando restos humanos en lo que se conoció entre socorristas como “La Pila”. En un principio, Cascio había estado allí para establecer un centro de triaje, suponiendo que habría más sobrervivientes.

Lo que Cascio no sabía en ese momento era el efecto que tendría en su propia salud dos décadas después. En 2019, se sometió a un tratamiento por cáncer de cuello uterino invasivo, atribuido al tiempo que pasó en la Zona Cero.
Más tarde, Cascio se convertiría en la jefa de personal del Departamento de Bomberos de Nueva York antes de jubilarse en 2023.
Ahora, con 61 años, todavía está siendo monitoreada por el Programa de Salud del World Trade Center (WTC) del gobierno de EE.UU., que brinda seguimiento médico y tratamiento a los afectados directamente por los ataques del 11-S en Nueva York, en el Pentágono en Washington, DC, y en Shanksville, Pensilvania.
El programa también financia la investigación médica sobre las condiciones de salud física y mental relacionadas con la exposición al 11-S.
Han pasado 23 años desde que Cascio trabajó en medio del polvo, el humo y los escombros del World Trade Center, y está ansiosa por hablar sobre el legado que ha dejado en personas como ella.
“Es un deber hablar del 11-S por los trabajadores de los servicios médicos de urgencia, que están subrepresentados, y por las mujeres, que están subrepresentadas”, afirma.
Sustancias tóxicas en el aire
En las horas que siguieron al atentado contra las Torres Gemelas, una enorme columna de humo y polvo se elevó por el Bajo Manhattan, sobre el East River y hacia Brooklyn.
El aire continuó llenándose de polvo con la llegada apresurada de los equipos de rescate al World Trade Center, y más tarde, con la limpieza de la enorme maraña de metal retorcido, vidrio y hormigón.

En algunos lugares, el polvo y el hollín alcanzaban más de diez centímetros de espesor en las superficies donde se depositaban. Se introducían en los edificios y, aunque las fuertes lluvias arrastraban gran parte del polvo del exterior, la calidad del aire siguió afectada por meses.
Las autoridades, incluida la Agencia de Protección Ambiental (EPA) y el entonces alcalde de Nueva York, Rudy Guiliani, intentaron tranquilizar a los neoyorquinos, diciendo que, a pesar de ello, el aire era relativamente seguro para respirar.
Aunque Guiliani y el FDNY también instaron a los equipos de rescate a usar ropa y máscaras protectoras, muchos trabajadores y voluntarios no tenían aparatos de respiración ni ropa adecuada, mientras que algunos llevaban simples máscaras desechables.
Los que vivían y trabajaban en la zona intentaron seguir adelante con sus vidas en medio del aire contaminado.
Más tarde se supo que esos intentos de tranquilizar al público sobre el aire cargado de polvo fueron equivocados. Las investigaciones muestran que el polvo arrojado por el derrumbe de las Torres Gemelas contenía amianto, metales pesados, plomo y productos químicos tóxicos como hidrocarburos aromáticos policíclicos.
El polvo fino contenía enormes cantidades de yeso y calcita, minerales que se utilizan habitualmente en materiales de construcción, como el cemento y las placas de yeso, que se sabe que irritan los ojos y los pulmones.
Durante las semanas posteriores, el humo que se elevó del lugar del incendio también transportaba partículas ultrafinas de hollín, combustible para aviones sin quemar, junto con vapores de plástico y madera quemados.
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